los ancianosLOS
ANCIANOS
En la lejanía, los recuerdos
suelen languidecer, sólo cuando se escrudiña mucho en ellos afloran de una
manera mas real.
Todo acude a la mente cuando un suceso reciente los hace
florecer, sí florecer, porque en la mayor parte de las ocasiones,
como en la primavera se recurre a adornarlos.
Eso era lo que les ocurría aquel atardecer a aquella pareja de
ancianos, que sentados en un banco del parque y como de costumbre era de obligada asistencia, allí durante horas
hasta que el sol desaparecía por el horizonte perezosamente.
Ambos rondaban los 80,
cercanos a la muerte conocedores del futuro, apuraban la compañía que se prestaban, contándose batallitas de su
juventud.
La guerra siempre entraba en sus charlas y lo heroico
de su participación en ella.
Juan y Antonio, que así se
llamaban, eran como suele decirse dos buenas personas.
Juan algo mas joven, así su
aspecto lo hacía creer, siempre llevaba un periódico debajo del brazo, se
colocaba las gafas y leyendo dificultosamente algún artículo sobre política
que luego ambos destripaban .
Pero Antonio le escuchaba
con atención, sacando de vez en cuando de su bolsillo unos regojos de pan que
desmenuzaba echándoselos a los pájaros.
Así se pasaban las tardes tranquilamente, pero en esta ocasión un joven
negro se les acercó, pidiéndoles permiso para sentarse, así que se acercaron el
uno al otro, permitiendo que el recién llegado ocupase el espacio junto a
ellos.
Mohamed que así se llamaba,
se sentó presuroso y con muestras de dolor, no tardó en descalzarse y comenzó a
masajear sus pies.
Ambos ancianos contemplaban
muy callados la escena, hasta que el muchacho en un lenguaje muy poco
entendible se dirigió a ellos.
_Enseguida me voy, me
persiguen, yo no he sido .
Atónitos por lo oído,
quisieron preguntar, pero ya calzado emprendió la marcha, no sin antes y con la
mano tapándose la boca ordenó.
_No me habéis visto, ¿ De
acuerdo viejos ¿
Quedaron enmudecidos de
sorpresa, pero cuando desapareció a lo lejos, se percataron de un bulto que
parecía una bolsa de deporte se hallaba debajo del banco.
Con curiosidad y recelo la
abrieron y cual sería la sorpresa, cuando al
quitar la toalla mugrienta que lo cubría, encontraron un montón de
billetes que muy bien alineados la llenaba por completo.
Antonio recordó a Juan, la
amenaza que el joven les había hecho, antes de marcharse.
_¿ Que hacemos? ¿ Llamamos a
mi hija?
_No, espera, pensemos antes.
Estaban aterrados y muy
indecisos.
_La dejamos aquí, no hemos
visto nada.
Miraron a su alrededor, solo unos pocos chavales
jugaban a la pelota.
Juan se puso en pie y cogiéndole el peso a la bolsa , se dispuso a
llevársela, pero su amigo mas precavido le convino a llamar a la policía.
Estuvieron así largo rato,
ya la tarde les invitaba a marcharse, el sol caía irremediablemente.
Una vez puestos de acuerdo
emprendieron la marcha, no sin antes cubrir adecuadamente entre unos setos el
bulto, que perfectamente camuflado, no dejaba huella del escondite.
Con la promesa de volver a
recogerlo una vez consultado con sus respectivas familias.
Al despedirse, esta vez con
algo muy real para contar, aunque se temían una vez mas serían objeto de mofa y
no les prestarían ninguna atención.
Una vez en sus respectivos
hogares y sin consenso alguno, ambos
decidieron silenciar lo ocurrido . Al día siguiente mas tranquilos ,
resolverían ellos mismos lo que se les
presentaba como una aventura.
Juan el primero en llegar, aguardó expectante la llegada de
su amigo, echando nervioso miradas al lugar, donde estaba oculta la bolsa.
Antonio muy excitado llegó
al instante y ambos se dirigieron con presteza hacia allí.
Sin mediar palabra y
apartando cuanto habían necesitado para taparla, se encontraron con ella, que
esta vez muy resueltos la cogieron.
Al jalarla pudieron
comprobar que ahora pesaba bastante mas, y decidieron abrirla allí mismo.
Cual sería la sorpresa al
encontrarla repleta con piedras.
Allí sentado en el banco,
estaba Mohamed, que gesticulando con ademanes, les invitaba a acercarse.
Se aproximaron recelosos y
el joven con palmaditas tranquilizadoras les dijo.
_Muchas gracias por
guardármela, yo no lo habría hecho mejor.
Y colocando un fajo de billetes en las manos
de los trémulos abuelos desapareció una vez mas, sin darles oportunidad para
reaccionar.
CONCHI
JIMENEZ. Noviembre 2012.
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